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Todavía pasan autos.
No muchos, los suficientes para recordar que aquí todavía es ciudad.
Una sirena suena lejos. No sé si es patrulla o ambulancia.
Pero está.
El perro del vecino ladra. Dos veces.
No más.
Como si dijera: “Aquí estoy”.
Nada más.
Cruje la tapadera de la alcantarilla.
Ya casi no crujen, pero esta sí.
Los carros la pisan sin querer, como pisan todo.
Pasa una moto.
Zumba como abeja perdida.
El refrigerador de la vecina respira. A ratos entra en su ciclo. A ratos se calla.
Como ella, como todos.
El avión de las diez y media no ha pasado.
A veces se retrasa.
Quizá no hay pista, quizá no hay prisa.
Todavía está lejos.
No le toca entrar en la escena.
Dos graznidos. Un ave que no se deja ver.
La alcantarilla otra vez.
Una sinfonía de hierro y pájaros.
El aire no hace ruido.
Solo pasa.
Acaricia las plantas que regué antier.
Están floreciendo.
En color bugambilia y blanco.
Un coche pasa con la música fuerte. “Soy feliz”, dice la canción.
Y yo pienso que ya casi nadie va por la calle con la música así.
Pero él sí.
Tal vez es feliz de verdad.
Tal vez solo le gusta la canción.
Ladra otro perro. No es el mismo.
Debe ser de más lejos.
Quizá también quiere decir: “Aquí estoy”.
Y sí, aquí estamos.
La alcantarilla, el refrigerador, el perro, la licuadora y yo.
Macu.Kitschmacu
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