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miércoles, 27 de agosto de 2025

Las sillas que saben de nosotros

 


⏱ Tiempo de lectura: 4 minutos

Las sillas siempre saben más de lo que deberían. Una vez que una se sienta, ya no hay marcha atrás: se quedan con la memoria de la espalda, con el gesto torcido de cansancio o con la urgencia del que apenas roza el asiento antes de volver a levantarse. Algunas guardan rencor: crujen en la madrugada cuando nadie las toca, como si quisieran recordarnos que seguimos en deuda con ellas. Hay sillas que se vuelven cómplices y otras que se resisten, y por eso rechinan más con unos cuerpos que con otros.

La mesa, en cambio, es menos discreta. Expone sin pudor las huellas de café, las manchas de vino, el surco invisible de los codos apoyados demasiado tiempo. Se cree la dueña de la casa porque todo pasa por encima de ella: comidas, llaves, cartas sin abrir, conversaciones. Hay mesas que se creen escritorios y no entienden por qué les dejamos migas encima; otras que se saben altares improvisados y reclaman velas, fotografías, algún cuaderno. Una mesa puede guardar más secretos que un armario, pero no los dice: los exhibe con orgullo, como cicatrices.

La lámpara es otra historia. Basta encenderla para que empiece a mirar. Sabe de cartas que nunca terminamos, de libros cerrados a la mitad, de lágrimas que se secan antes de caer. Se ríe de nosotros cuando la apagamos: se queda caliente, recordándonos lo que no quisimos terminar. Si una escucha bien, la lámpara murmura; no con palabras, sino con ese zumbido eléctrico que se cuela en el silencio como un secreto mal guardado.

Decimos que son objetos, muebles, cosas. Pero en realidad son testigos obstinados, coleccionistas pacientes. Una vive convencida de que los posee, cuando en el fondo son ellos los que nos coleccionan a nosotros. Quizá algún día, al mudarnos, la silla suspire, la mesa se niegue a moverse, la lámpara parpadee como despedida. Y entonces entenderemos que no eran inertes: nos estaban contando desde siempre.

✨ Lo aparentemente inerte también respira. Respira con nosotros.

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— Macu.Kitschmacu

Pd. Ya que estás por aquí te recomiendo leer: Melodías de ciudad