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Llevo dos días recorriendo museos. Me gustan esos espacios donde los protagonistas son los colores y las formas: vehículos de emoción que, en manos de alguien más, se han convertido en experimentación y expresión. El rojo no es el mismo en Siqueiros que en Tamayo. En uno es arrebato, en otro es contención. Los ángulos de Anguiano son casi confesiones, y la geometría se vuelve poesía cuando la construye Friedeberg.
Los colores entran por los ojos, sí, pero en mi caso no salen. Se quedan. Habitan rincones muy específicos de mi mente y regresan, una y otra vez, con nuevas preguntas. Y yo, como quien conversa con lo intangible, intento responderles con imágenes y texturas, con mi propio rojo, en mi propia confesión.
Pintar, para mí, es como acariciar: un gesto íntimo, emocional, profundamente personal, que se da sin más, vulnerable y valiente.
¿Alguna vez un color te ha perseguido días enteros?
¿Con qué formas o expresiones responde tu cuerpo cuando algo te conmueve visualmente?
La huella de las cosas
Una nota sobre memoria, objetos, vínculos y la forma en que las cosas nos habitan sin que siempre nos demos cuenta.
Macu.Kitschmacu
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