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martes, 24 de junio de 2025

La voz que ya no quiere contenerse

 

Tiempo de lectura: 2 minutos

🔊 Las cosas que no le cuento a nadie:

A veces, me edito entera.

Hay días en los que quiero decirlo todo.

Pero todo es demasiado.

Y entonces lo recorto.

Le bajo el volumen. Le pongo punto y aparte. Lo dejo en borrador. Cambio las palabras.

Calibrar constantemente cuánto mostrar, cuánto decir, cuántos puntos de vista tener y sostener… para no incomodar, no parecer demasiado, no parecer “ambiciosa”... ocupar mi propio espacio.

Una parte de mí aprendió a leer la habitación antes de hablar.

A ser brillante, pero sin deslumbrar demasiado.

A tener razón, con sonrisa, por favor y gracias.

A escribir con filo, pero envuelto en terciopelo.

Y sin embargo, lo sé.

Lo sé desde hace tiempo.

Lo poco también cansa.

Mi pensamiento no es casual.

Y mi voz —la que he afinado con años de dudas, certezas, ensayos, batallas y victorias— ya no quiere contenerse tanto.

Si no hay espacio, lo abro.

Si no hay silencio, lo creo.

Si no hay lugar… lo diseño.

Hoy me escribo esto para recordarlo:

Escribir en libertad. Fuerte, claro, limpio.

Y si alguien se incomoda…
que se acomode.

Macu.Kitschmacu 

Sigue explorando el contenido, escucha el Podcast Kitschmacu, episodio: The Gift.

O bien hay mas notas de los textos Las cosas que no le cuento a nadie. 

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lunes, 16 de junio de 2025

Entre toda esa gente, estabas tú.


Tiempo de lectura: 3 minutos

Fue un instante leve, tan leve como el tacto silente de una caricia que buscaba encontrarme. 

Se acercó como si no hubiera testigos, como si el mundo no mirara. Y yo… yo quedé inmóvil, como se queda una cuando no sabe si temblar o sostenerse. Y entonces, sin avisar, mi cuerpo y el suyo compartieron el mismo espacio.

No dijo mucho. Apenas unas palabras que parecían elegidas con pinzas: estás guapísima

Palabras que se posan suave, pero que dejan huella. 

Después, mi cuerpo. El suyo. 

Tres besos. Cada uno revelándose entre momentos, entre luces, palabras y pasillos, como si el cuerpo hablara lo que la boca necesitaba callar.

El misterio de la forma, el ritmo y el aire contenido entre uno y otro. 

Mi brazo, bordado con su piel como al descuido. 

Su hombro, encontrando el mío con una quietud que no era del todo accidental. 

Una cercanía que olía más a encuentro que a saludo. Su aroma, íntimo y tibio, se instaló en mi piel como una promesa muda. Ese perfume —su perfume— me envolvió como una caricia sin manos. Y durante horas lo llevé conmigo, como si fuera suyo lo que quedaba en mí.

Me descubrí deseando que no se evaporara nunca.

Hay cuerpos que se acercan por error, y otros que se quedan por deseo, porque ya no quieren irse.

Miradas que se detienen más de lo debido y dicen más que lo permitido. No hay manual para interpretar las caricias envueltas en protocolo. Lo inesperado, cuando se posa en la piel, incendia hasta los rincones donde ya no pensabas buscar.

Tengo la certeza de que tú también lo sentiste… ¿Nos volvimos a mirar de frente esa noche? Entre luces, entre gente… ¿me mirabas al yo verte? ¿Me veías mientras sonreía entre ese tumulto de extraños tan cercanos?

Quizá te distrajiste, quizá recordaste algo, quizá sentiste que de pronto el mundo era mucho para un solo cuerpo. Entonces me miraste con una ternura casi involuntaria, como si tu gesto me hubiera tocado en un lugar antiguo. Sonreíste apenas. Una sonrisa distinta, más cercana al alma que a las apariencias.

Estábamos ahí, entre todos, como si nada. Solo dos personas más en la fotografía, en los pasillos, en la conversación de cortesía, actuando al abrirse el telón.

Podría haber sido una escena cualquiera, pero había algo más: estabas tú.

Por la noche, al desvestirme, todavía sentía la tibieza de tu cuerpo cercano al mío, como si hubiera quedado una estampa invisible justo ahí donde se encontraron nuestros hombros.

Nadie sabrá lo que pasó exactamente. Nadie podrá afirmarlo sin temor a equivocarse. Pero yo, que he amado sin reservas y caminado entre miradas que queman, sé que ahí hubo algo. 

Silencioso. Profundo. Irrepetible.


Te escribo aquí lo que ahí sentí. ¿Sabes que escribo historias para ti?

Macu.Kitschmacu


“Lo inesperado, cuando se posa en la piel, incendia hasta los rincones donde ya no pensabas buscar.” 🔥


Esta historia forma parte de la serie: Las cosas que no le cuento a nadie.

Macu.Kitschmacu

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viernes, 23 de mayo de 2025

Catherine Deneuve, musa de sí misma

⏱️ Tiempo de lectura: 3 minutos

Catherine Deneuve, musa de sí misma.
Esta nota forma parte de la serie de narraciones Las cosas que no le cuento a nadie.

Catherine Deneuve me parece una mujer interesantísima. Lo dije hace unos días, como quien deja caer una frase en la mesa del desayuno, sin esperar que alguien la recoja, a lo mucho, que alguien la baje con un trago de jugo de naranja.

Es tan clásica… pero no en el sentido aburrido que a veces tiene esa palabra, sino en esa forma rara y admirable de ser de una pieza, de no necesitar explicarse. París le quedó bien. Buñuel la miró sin decirlo. Saint Laurent le vistió los hombros y los silencios. Mastroianni le quiso, dicen, como sólo se quiere a lo que se admira mucho y se teme perder.

La perdió al final, pero la acompañará hasta el último día.

La estética de sus películas no es otra cosa que el espejo de ella misma, ampliado. Su belleza de día parece una forma de luz. El cabello suelto, con volumen de estrella, no pide permiso: se instala, se impone. Le viene bien.

¿Será que el volumen en el cabello me viene bien también?... Seguro sí. A las mujeres nos sienta bien la presencia y el misticismo. Un elegante arrebato propio que todos admiran en silencio.

A veces me imagino cómo sería conversar con ella. ¿Por dónde se empieza con alguien que ha sido musa sin proponérselo? ¿Tendrá una entrevista favorita, una que no se haya repetido dentro de tantas? ¿Se pondrá nerviosa todavía? ¿O ya no? Quizá le pasa como a las actrices de teatro que hacen suyo el escenario aunque les tiemble una mano detrás de la falda.

A mí, la gente que crea arte con su sola presencia me parece sublime. Porque se dejan ver, sí, pero también se quedan en la historia. Cada entrevista, cada plano, cada silencio suyo —todo eso es registro de una evolución que no necesita anunciarse.

¿Tomará su café con galletitas o lo preferirá solo? ¿Le gustará con azúcar? ¿Le dará una calada a su cigarro antes del primer sorbo de café o justo después, como quien marca el ritmo de una escena? Me la imagino envuelta en costura negra, inclinada apenas, con una risa breve, la mirada altiva y ese humo elegante, como si estuviera escribiendo con él en el aire algo que nadie más va a leer.

¿Será que es mejor conversar con ella en su balcón en París? ¿O preferirá algo más relajado e informal en su huerto?

Macu.Kitschmacu


👉 ¿Te gustan estos relatos íntimos? No te pierdas la entrada anterior de esta serie: Secretos de lo cotidiano

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