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martes, 24 de junio de 2025

La voz que ya no quiere contenerse

 

Tiempo de lectura: 2 minutos

🔊 Las cosas que no le cuento a nadie:

A veces, me edito entera.

Hay días en los que quiero decirlo todo.

Pero todo es demasiado.

Y entonces lo recorto.

Le bajo el volumen. Le pongo punto y aparte. Lo dejo en borrador. Cambio las palabras.

Calibrar constantemente cuánto mostrar, cuánto decir, cuántos puntos de vista tener y sostener… para no incomodar, no parecer demasiado, no parecer “ambiciosa”... ocupar mi propio espacio.

Una parte de mí aprendió a leer la habitación antes de hablar.

A ser brillante, pero sin deslumbrar demasiado.

A tener razón, con sonrisa, por favor y gracias.

A escribir con filo, pero envuelto en terciopelo.

Y sin embargo, lo sé.

Lo sé desde hace tiempo.

Lo poco también cansa.

Mi pensamiento no es casual.

Y mi voz —la que he afinado con años de dudas, certezas, ensayos, batallas y victorias— ya no quiere contenerse tanto.

Si no hay espacio, lo abro.

Si no hay silencio, lo creo.

Si no hay lugar… lo diseño.

Hoy me escribo esto para recordarlo:

Escribir en libertad. Fuerte, claro, limpio.

Y si alguien se incomoda…
que se acomode.

Macu.Kitschmacu 

Sigue explorando el contenido, escucha el Podcast Kitschmacu, episodio: The Gift.

O bien hay mas notas de los textos Las cosas que no le cuento a nadie. 

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miércoles, 14 de mayo de 2025

Secretos de lo cotidiano

 

⏳ Tiempo de lectura: 4 minutos

Hay cosas que no le cuento a nadie. No porque sean importantes, sino porque me gustan así: sin palabras, sin explicación. Uno de esos secretos es la segunda alarma del despertador. La dejo sonar doce minutos después de la primera. En ese lapso, no tengo prisa. Soy un cuerpo tibio en la cama, abrazado por la cobija y por una calma que no sé si viene del sueño o del silencio. A veces siento que esos doce minutos son más míos que todo el resto del día.

Llevo el reloj en la mano derecha, aunque soy zurda. Lo hago desde que tenía catorce años. Mis papás me regalaron un reloj precioso, con una correa que olía a cuero nuevo y un borde dorado y discreto. No me acuerdo si fue porque saqué buenas calificaciones o porque era mi cumpleaños, seguro alguien en mi familia se acuerda bien. Lo importante es que lo encontramos hace poco en un cajón de la casa de mi mamá, guardado con cuidado, como si fuera un secreto. Le cambiamos la pila sin muchas esperanzas… y funcionó. Como si nunca hubiera dejado de marcar mi tiempo.

Por las tardes, cuando regreso del trabajo, la primera en saludarme es Gertrude, mi gata. Me saluda con alegría y exigencia. Maúlla con ese tono que tienen las gatas que se saben dueñas de una casa. Me pide —bueno, me ordena— que la acompañe al jardín. Y ahí nos sentamos las dos, como dos señoras apacibles y amorosas. Ella se acomoda en una maceta y me observa. No se duerme. Me mira, atenta, como si supiera que estoy escribiendo algo que, en el fondo, también le pertenece.

Hoy me pregunté cuántos cigarros fumaba Hemingway. De pronto, me pareció que escribir como él debía dar hambre, sed, y ganas de prender un cigarro tras otro. No sé si eran cinco al día o cuarenta, pero seguro más de los que el médico recomendaba. Y aun así escribió. Y aun así amó.

Se fue el sol. Se fueron las nubes. Llegó la señora luna con su cara redonda, tan tranquila, y los moscos, tan necios. Zumban como ideas.

¿Qué habrá pasado con la Nao de China? ¿Quién guarda esas historias que ya nadie cuenta? ¿Dónde están las cosas que existieron y se perdieron sin despedirse?

Catherine Deneuve me parece elegantísima. Como si no necesitara que nadie le diera permiso para ser quien es. Seguro nadie se lo dio. Ella lo creó. Me gustaría tomar un café con ella. No hablar mucho, solo escucharla decir algo. O mejor, todo. Musa de artistas. Musa de ella misma.

Ya es hora de cerrar. Cierro como Bretón, con una frase que es suya, que es mía, que es de quien la lee:

Te deseo que seas locamente amada.

Macu.Kitschmacu

💥 Si te gustó esta nota, lee también: Change the rules

viernes, 23 de mayo de 2025

Catherine Deneuve, musa de sí misma

⏱️ Tiempo de lectura: 3 minutos

Catherine Deneuve, musa de sí misma.
Esta nota forma parte de la serie de narraciones Las cosas que no le cuento a nadie.

Catherine Deneuve me parece una mujer interesantísima. Lo dije hace unos días, como quien deja caer una frase en la mesa del desayuno, sin esperar que alguien la recoja, a lo mucho, que alguien la baje con un trago de jugo de naranja.

Es tan clásica… pero no en el sentido aburrido que a veces tiene esa palabra, sino en esa forma rara y admirable de ser de una pieza, de no necesitar explicarse. París le quedó bien. Buñuel la miró sin decirlo. Saint Laurent le vistió los hombros y los silencios. Mastroianni le quiso, dicen, como sólo se quiere a lo que se admira mucho y se teme perder.

La perdió al final, pero la acompañará hasta el último día.

La estética de sus películas no es otra cosa que el espejo de ella misma, ampliado. Su belleza de día parece una forma de luz. El cabello suelto, con volumen de estrella, no pide permiso: se instala, se impone. Le viene bien.

¿Será que el volumen en el cabello me viene bien también?... Seguro sí. A las mujeres nos sienta bien la presencia y el misticismo. Un elegante arrebato propio que todos admiran en silencio.

A veces me imagino cómo sería conversar con ella. ¿Por dónde se empieza con alguien que ha sido musa sin proponérselo? ¿Tendrá una entrevista favorita, una que no se haya repetido dentro de tantas? ¿Se pondrá nerviosa todavía? ¿O ya no? Quizá le pasa como a las actrices de teatro que hacen suyo el escenario aunque les tiemble una mano detrás de la falda.

A mí, la gente que crea arte con su sola presencia me parece sublime. Porque se dejan ver, sí, pero también se quedan en la historia. Cada entrevista, cada plano, cada silencio suyo —todo eso es registro de una evolución que no necesita anunciarse.

¿Tomará su café con galletitas o lo preferirá solo? ¿Le gustará con azúcar? ¿Le dará una calada a su cigarro antes del primer sorbo de café o justo después, como quien marca el ritmo de una escena? Me la imagino envuelta en costura negra, inclinada apenas, con una risa breve, la mirada altiva y ese humo elegante, como si estuviera escribiendo con él en el aire algo que nadie más va a leer.

¿Será que es mejor conversar con ella en su balcón en París? ¿O preferirá algo más relajado e informal en su huerto?

Macu.Kitschmacu


👉 ¿Te gustan estos relatos íntimos? No te pierdas la entrada anterior de esta serie: Secretos de lo cotidiano

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lunes, 16 de junio de 2025

Entre toda esa gente, estabas tú.


Tiempo de lectura: 3 minutos

Fue un instante leve, tan leve como el tacto silente de una caricia que buscaba encontrarme. 

Se acercó como si no hubiera testigos, como si el mundo no mirara. Y yo… yo quedé inmóvil, como se queda una cuando no sabe si temblar o sostenerse. Y entonces, sin avisar, mi cuerpo y el suyo compartieron el mismo espacio.

No dijo mucho. Apenas unas palabras que parecían elegidas con pinzas: estás guapísima

Palabras que se posan suave, pero que dejan huella. 

Después, mi cuerpo. El suyo. 

Tres besos. Cada uno revelándose entre momentos, entre luces, palabras y pasillos, como si el cuerpo hablara lo que la boca necesitaba callar.

El misterio de la forma, el ritmo y el aire contenido entre uno y otro. 

Mi brazo, bordado con su piel como al descuido. 

Su hombro, encontrando el mío con una quietud que no era del todo accidental. 

Una cercanía que olía más a encuentro que a saludo. Su aroma, íntimo y tibio, se instaló en mi piel como una promesa muda. Ese perfume —su perfume— me envolvió como una caricia sin manos. Y durante horas lo llevé conmigo, como si fuera suyo lo que quedaba en mí.

Me descubrí deseando que no se evaporara nunca.

Hay cuerpos que se acercan por error, y otros que se quedan por deseo, porque ya no quieren irse.

Miradas que se detienen más de lo debido y dicen más que lo permitido. No hay manual para interpretar las caricias envueltas en protocolo. Lo inesperado, cuando se posa en la piel, incendia hasta los rincones donde ya no pensabas buscar.

Tengo la certeza de que tú también lo sentiste… ¿Nos volvimos a mirar de frente esa noche? Entre luces, entre gente… ¿me mirabas al yo verte? ¿Me veías mientras sonreía entre ese tumulto de extraños tan cercanos?

Quizá te distrajiste, quizá recordaste algo, quizá sentiste que de pronto el mundo era mucho para un solo cuerpo. Entonces me miraste con una ternura casi involuntaria, como si tu gesto me hubiera tocado en un lugar antiguo. Sonreíste apenas. Una sonrisa distinta, más cercana al alma que a las apariencias.

Estábamos ahí, entre todos, como si nada. Solo dos personas más en la fotografía, en los pasillos, en la conversación de cortesía, actuando al abrirse el telón.

Podría haber sido una escena cualquiera, pero había algo más: estabas tú.

Por la noche, al desvestirme, todavía sentía la tibieza de tu cuerpo cercano al mío, como si hubiera quedado una estampa invisible justo ahí donde se encontraron nuestros hombros.

Nadie sabrá lo que pasó exactamente. Nadie podrá afirmarlo sin temor a equivocarse. Pero yo, que he amado sin reservas y caminado entre miradas que queman, sé que ahí hubo algo. 

Silencioso. Profundo. Irrepetible.


Te escribo aquí lo que ahí sentí. ¿Sabes que escribo historias para ti?

Macu.Kitschmacu


“Lo inesperado, cuando se posa en la piel, incendia hasta los rincones donde ya no pensabas buscar.” 🔥


Esta historia forma parte de la serie: Las cosas que no le cuento a nadie.

Macu.Kitschmacu

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sábado, 7 de junio de 2025

¿Qué pasa después del “felices para siempre”?


Tiempo de lectura: 2 minutos

El escritor es un tejedor de sueños y realidades, sí… pero lo que más me gusta no son las batallas, los clímax o los finales épicos. Es lo que pasa después. ¿Qué sucede cuando ya no hay conflictos que resolver, cuando el “final feliz” se convierte en la belleza de todos los días?

Este texto forma parte de la serie Las cosas que no le cuento a nadie, una mirada íntima a lo cotidiano, a lo no dicho, a lo que vive fuera del margen de las historias oficiales.

El escritor… es un creador, un tejedor de sueños y realidades. Me gusta (y aún me gusta) sumergirme en el universo de las narrativas, aquellas que habitan en los libros, en las historias, donde los personajes cobran vida: “el bueno”, “el héroe”, “el villano”, y la sazonada trama que se despliega ante nosotros, repleta de encrucijadas que aquellos que portan la luz, la verdad y la justicia deben resolver.

Después de un sinfín de enredos que superan las doscientas cincuenta páginas, de sueños, dramas, amores y calamidades que nos atrapan, los amantes encuentran su camino hacia la unión, abrazados por el amor eterno. Los buenos logran materializar sus sueños, mientras que los villanos enfrentan el inevitable eco de sus acciones. Así es la regla del relato…

Pero lo que realmente me fascina, lo que me invita a la reflexión, es cómo imagino esas vidas de “felices para siempre”. ¿Cómo es el día a día de quienes viven sus sueños, el arte de hacer de lo cotidiano una celebración? Creo que esas son las tramas más fascinantes, más ricas, que las que giran en torno a la resolución de conflictos y viviendo siempre en plenitud y gozo, en expansión.

¿Acaso las historias de los libros que nos hacen soñar siempre comienzan y terminan con un “y vivieron felices para siempre”? Esa es la pregunta que desafía las convenciones de la narración.

Macu.Kitschmacu.

✨ El amor verdadero comienza cuando ya nadie lo está narrando.

¿Te gustó este texto? Sigue explorando esta serie:

  1. 🗝️ Secretos de lo cotidiano
  2. 🎬 Catherine Deneuve, musa de sí misma

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martes, 24 de noviembre de 2009

Prison Cake. Una lima en el pastel: cuando la publicidad se esconde entre migas

⏱️ Lectura de 2 minutos

Imagina esto: te invitan a un pastel hermoso, digno de foto. Al momento de cortarlo, algo brilla bajo la crema batida. No es confeti. Es una lima. Una lima metálica, como las que aparecen en películas de prisión. Oculta. Exacta. Cargada de intención.

No fue accidente. Fue una acción orquestada por TV3 en Nueva Zelanda para anunciar el regreso de Prison Break. La escena era simple: un pastel, unos invitados, una sorpresa escondida entre migas. La lima llevaba grabada una frase: “Prison Break returns 19th Nov TV3”.

Y con eso bastaba. Una metáfora sensorial: escapar de lo cotidiano. Recordar la tensión de la serie con una experiencia inesperada. El pastel no era solo postre. Era preludio. Era trama. Era objeto narrativo.

La campaña fue ideada por Colenso BBDO (Auckland), con dirección creativa de Nick Worthington, dirección de arte de Emmanuel Bougneres, y la fotografía de Henry Jen. Un equipo que entendió que el branding puede ocultarse como una lima en un pastel. Y aún así brillar.

🍴 La publicidad más memorable no solo se ve. Se parte. Se toca. Se encuentra donde menos la esperas.

¿Te gustan estas piezas publicitarias que mezclan lo sensorial con lo narrativo? Visita también: “Secretos de lo cotidiano”, parte de la serie Las cosas que no le cuento a nadie.

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Macu. Kitschmacu

lunes, 31 de octubre de 2011

📂 Noviembre 2011: Recuerdos que resisten el scroll

🌕 Noviembre 2011: Recuerdos que resisten el scroll

Este archivo guarda textos que escribí en un noviembre que ya no existe, pero que sigue hablando entre líneas. Aunque algunas referencias quedaron en el pasado (y otras suenan a vintage), muchas emociones aún tienen eco. Aquí puedes leer mis anotaciones de aquel tiempo y ver si alguna de ellas todavía te dice algo.

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📌 Esta entrada forma parte de un ejercicio de curaduría editorial en el archivo del blog. Etiquetada como: archivo-editorial