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martes, 15 de julio de 2025

Escribí una carta como antes, con sobre, estampilla… y cariño

           

Con sobre, estampa y cariño

⏱️ Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre me gustaron las cartas.

Tienen algo de secreto y algo de emoción.

Como si una pudiera meter un pedazo de sí misma en un sobre y entregárselo al viento, con la esperanza de que se reciba.

Las cartas son trozos de tiempo detenido.

Un "te pienso" que se queda flotando en el papel.

Un abrazo que viaja en la penumbra de un buzón.

Un "estoy contigo", aunque no se diga así.

Hace unas semanas, mi mamá y yo estábamos hurgando en las fotos viejas —esas que viven en una maleta sin nombre, allá en su casa.

Entre retratos torcidos y papelitos con dedicatorias casi borradas, apareció una carta.

La había escrito la más chiquita de mis primas. Una niña entonces, ahora mujer. Treinta y tantos, ya.

Era una tarea de la escuela. Una carta con letra tambaleante, con dibujos, con palabras que se adivinaban más que se leían. Pero ahí estaba: el intento. La intención de contarle algo a alguien. De hacerle llegar su voz con papel y tinta.

De niña, yo también encontré cartas. Unas de amor, escondidas entre los libros de una tía. Cartas de un novio que no le conocí. Leí una. Tal vez dos. Pero me sentí de más. Ajena. No eran para mí.

Entonces supe que las cartas tienen dueño. Un destinatario. Y un remitente que se juega el corazón en cada línea.

Antes era así. Si era algo importante, se escribía a mano. Se compraban estampillas. Se buscaba la dirección con letra bonita. El remitente se coloca arriba. El destinatario abajo, a la derecha. Jamás al revés, si uno no quería que el mensaje regresara.

Hace poco, en pleno siglo XXI, escribí una carta. A mis sobrinos. Desde el Palacio Postal de la Ciudad de México. Porque sí. Porque me pareció bonito. Porque me pareció justo.

Les conté lo que vi esa mañana: Bellas Artes, el Museo Nacional, el mismo Palacio Postal. Tres palacios. Uno en cada esquina. Pensé en Las mil y una noches, pero sin alfombra voladora.

Les hablé del arte, de la gente, de la comida. Del calor. De todo lo que se me ocurrió mientras caminaba y los pensaba.

Doblé las hojas como me enseñó mi mamá. Con cariño. Pegué las estampillas. Y la eché al buzón.

No ha llegado.

Pero fue una carta bonita.

Y escribirla fue suficiente.

💌 “Una carta no siempre necesita destino para cumplir su propósito.”

Macu. Kitschmacu

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Puedes seguir explorando más notas, te recomiendo: Pintar como quien acaricia.

sábado, 7 de junio de 2025

¿Qué pasa después del “felices para siempre”?


Tiempo de lectura: 2 minutos

El escritor es un tejedor de sueños y realidades, sí… pero lo que más me gusta no son las batallas, los clímax o los finales épicos. Es lo que pasa después. ¿Qué sucede cuando ya no hay conflictos que resolver, cuando el “final feliz” se convierte en la belleza de todos los días?

Este texto forma parte de la serie Las cosas que no le cuento a nadie, una mirada íntima a lo cotidiano, a lo no dicho, a lo que vive fuera del margen de las historias oficiales.

El escritor… es un creador, un tejedor de sueños y realidades. Me gusta (y aún me gusta) sumergirme en el universo de las narrativas, aquellas que habitan en los libros, en las historias, donde los personajes cobran vida: “el bueno”, “el héroe”, “el villano”, y la sazonada trama que se despliega ante nosotros, repleta de encrucijadas que aquellos que portan la luz, la verdad y la justicia deben resolver.

Después de un sinfín de enredos que superan las doscientas cincuenta páginas, de sueños, dramas, amores y calamidades que nos atrapan, los amantes encuentran su camino hacia la unión, abrazados por el amor eterno. Los buenos logran materializar sus sueños, mientras que los villanos enfrentan el inevitable eco de sus acciones. Así es la regla del relato…

Pero lo que realmente me fascina, lo que me invita a la reflexión, es cómo imagino esas vidas de “felices para siempre”. ¿Cómo es el día a día de quienes viven sus sueños, el arte de hacer de lo cotidiano una celebración? Creo que esas son las tramas más fascinantes, más ricas, que las que giran en torno a la resolución de conflictos y viviendo siempre en plenitud y gozo, en expansión.

¿Acaso las historias de los libros que nos hacen soñar siempre comienzan y terminan con un “y vivieron felices para siempre”? Esa es la pregunta que desafía las convenciones de la narración.

Macu.Kitschmacu.

✨ El amor verdadero comienza cuando ya nadie lo está narrando.

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  1. 🗝️ Secretos de lo cotidiano
  2. 🎬 Catherine Deneuve, musa de sí misma

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