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lunes, 18 de agosto de 2025

El inquilino del malhumor

 


⏱ Tiempo de lectura: 2 minutos

Llevo dos días queriendo sacudirme este malhumor que se me quedó pegado como sombra.

Llegó sin aviso, se instaló. Pensé que sería discreto, como esos huéspedes que apenas se notan, que saben cuándo irse, que agradecen con una sonrisa la hospitalidad y desaparecen.

Este no.

Ayer se metió en mi cama como perro guardián. Me acompañó al súper, a pagar la luz, a comprar la comida de mis gatas. Se sentó conmigo a acomodar la despensa y hasta opinó sobre recetas de cocina. Lo peor es que tenía razón: salieron buenas.

Le ofrecí comedias, risas enlatadas, pastelitos con azúcar suficiente para tumbar a un caballo. Nada. El malhumor permaneció, con esa seriedad suya de huésped que no piensa irse nunca.

Probé la cortesía, la impaciencia, hasta el viejo truco de la siesta para ignorarlo. Nada. El inquilino no se inmuta, no se mueve, sigue ahí con su maleta invisible.

Y entonces pienso que quizás un día se largue, pero que ya aprendió el truco del regreso.

Conoce la dirección, sabe la contraseña del timbre.

El malhumor, como ciertos amigos, no se despide: se ausenta un rato y vuelve cuando quiere, silbando.

✨ Hasta el malhumor sabe hacer hogar cuando uno le deja la puerta entreabierta.

Macu.Kitschmacu

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🌙 ¿Te gustó este cuentito? Entonces sigue leyendo: Secretos de lo cotidiano

domingo, 17 de agosto de 2025

Reunión de nada: cuando el silencio no vino


⏱ Tiempo de lectura: 1.5 minutos

Para escuchar haría falta silencio, pero claro, el silencio no vino a la reunión.

Vino la broma repetida tres veces, vino el chiste disfrazado de verdad y la verdad disfrazada de chiste.

Vino el murmullo, el zumbido, el ir y venir de frases que no sabían a dónde ir.

Las conversaciones eran globos desinflados, rebotando contra las paredes, buscando un hilo que nunca llegó.

Cada quien hablaba para todos de sí mismo, todos juraban escuchar.

Un yoyó aquí, otro allá, girando en el aire y enredándose en su propio hilo.

La mesa se volvió una pista de egos en duelo, un torneo de frases inconexas.

Las palabras flotaban, los cuerpos fingían presencia.

Era una reunión, decían.

Reunión de amigos, reunión de problemas, reunión de nada.

Reunión de vacío, que se suma con los otros vacíos.

¿Cómo se mide el vacío? ¿Se suma?, ¿se multiplica?, ¿se lleva a la exponencial?, ¿se deriva?

En el vacío propio caben los vacíos de los extraños a los que llamamos amigos.

Con el vacío individual bastaría, creo.

¿Se dan cuenta?

O quizá tampoco hace falta que se den cuenta: basta con el silencio que nunca vino.

✨ En el corazón de cada vacío se revela la fuerza de nombrarlo.

Macu.Kitschmacu

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Ya que estás por aquí, te recomiendo leer: La autobiografía de la ostra

martes, 15 de julio de 2025

Escribí una carta como antes, con sobre, estampilla… y cariño

           

Con sobre, estampa y cariño

⏱️ Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre me gustaron las cartas.

Tienen algo de secreto y algo de emoción.

Como si una pudiera meter un pedazo de sí misma en un sobre y entregárselo al viento, con la esperanza de que se reciba.

Las cartas son trozos de tiempo detenido.

Un "te pienso" que se queda flotando en el papel.

Un abrazo que viaja en la penumbra de un buzón.

Un "estoy contigo", aunque no se diga así.

Hace unas semanas, mi mamá y yo estábamos hurgando en las fotos viejas —esas que viven en una maleta sin nombre, allá en su casa.

Entre retratos torcidos y papelitos con dedicatorias casi borradas, apareció una carta.

La había escrito la más chiquita de mis primas. Una niña entonces, ahora mujer. Treinta y tantos, ya.

Era una tarea de la escuela. Una carta con letra tambaleante, con dibujos, con palabras que se adivinaban más que se leían. Pero ahí estaba: el intento. La intención de contarle algo a alguien. De hacerle llegar su voz con papel y tinta.

De niña, yo también encontré cartas. Unas de amor, escondidas entre los libros de una tía. Cartas de un novio que no le conocí. Leí una. Tal vez dos. Pero me sentí de más. Ajena. No eran para mí.

Entonces supe que las cartas tienen dueño. Un destinatario. Y un remitente que se juega el corazón en cada línea.

Antes era así. Si era algo importante, se escribía a mano. Se compraban estampillas. Se buscaba la dirección con letra bonita. El remitente se coloca arriba. El destinatario abajo, a la derecha. Jamás al revés, si uno no quería que el mensaje regresara.

Hace poco, en pleno siglo XXI, escribí una carta. A mis sobrinos. Desde el Palacio Postal de la Ciudad de México. Porque sí. Porque me pareció bonito. Porque me pareció justo.

Les conté lo que vi esa mañana: Bellas Artes, el Museo Nacional, el mismo Palacio Postal. Tres palacios. Uno en cada esquina. Pensé en Las mil y una noches, pero sin alfombra voladora.

Les hablé del arte, de la gente, de la comida. Del calor. De todo lo que se me ocurrió mientras caminaba y los pensaba.

Doblé las hojas como me enseñó mi mamá. Con cariño. Pegué las estampillas. Y la eché al buzón.

No ha llegado.

Pero fue una carta bonita.

Y escribirla fue suficiente.

💌 “Una carta no siempre necesita destino para cumplir su propósito.”

Macu. Kitschmacu

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Puedes seguir explorando más notas, te recomiendo: Pintar como quien acaricia.

martes, 8 de julio de 2025

Era improbable, pero no imposible

⏱️ Tiempo de lectura: 3-4 minutos

Pensé en ti justo cuando el Uber subió por la rampa de la Terminal 2 del aeropuerto. La ciudad se sentía lejos ya.

—Puerta 3 está perfecta —le dije al chofer. No quería hablar mucho, pero tampoco callarme del todo.

El descenso fue rápido. No llevaba más que lo necesario. Viajar ligera también es una forma de ir por el mundo.

Me acordé de una cafetería nueva, una que he visto cada vez que viajo últimamente. Tomé los mismos pasos de siempre, o casi. Los aeropuertos tienen esa costumbre de parecerse a uno mismo. Ahí estaba la gente: todos los que van, los que llegan, los que esperan. Rostros desconocidos, pero no del todo. Siempre distintos, siempre raramente conocidos. Siempre en fuga.

Era poco más de mediodía. Pensé en comer en un lugar distinto. Antes, me quise asomar al pasillo de la derecha, al del fondo. Ese que parece no llevar a ningún lado, pero que siempre me da algo. Luz, sombra, ángulos. Nunca sé si fue hecho para eso, pero a mí me da ganas de mirar. De detenerme. De hacerle una foto al tiempo.

Esta vez no hubo foto. Allá al fondo, el pasillo tenía vida propia, trabajadores en lo suyo, voces bajas, personas uniformadas. Di media vuelta y volví sobre mis pasos. Pasillo desierto, por fin. La fila para revisión no se veía larga. Pensé en la comida.

Y entonces.

Estabas tú.

Frente a mí.

Yo, frente a ti.

Eran las dos de la tarde.

Eras tú.

Caminabas como si nada, como si siempre. Conversabas con alguien. Llevabas tu maleta y tus cosas cerca. Eso que uno no suelta cuando quiere sentirse a salvo.

Te vi.

Y me disolví un poco.

No sé si me viste.

Pero el pasillo estaba vacío.

¿A quién más ibas a ver?

Te vi como se ve a alguien que ya se conoce: sin sorpresa, pero con temblor. Con esa especie de ternura que da recordar lo que no se toca.

Lo que fue.

Lo que ya no es.

Eras tú.

Como siempre, como nunca.

Las alineaciones no sólo le pasan a los planetas. También a dos personas que ya no se buscan. Pero que se encuentran.

¿Será que el sol, cuando se eclipsa, sabe que alguien lo está mirando?

¿Será que por eso quema más?

Hay presencias que pesan más que cualquier maleta.

Y encuentros tan breves

que desordenan la órbita entera.

Macu.Kitscchmacu

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miércoles, 7 de mayo de 2025

Hoy es hoy




Hoy me regalaron un alfajor de chocolate

Hoy me regalaron un pan

Hoy conocí muchas historias

Hoy me sentí Gloria Calzada

Hoy es hoy

Hoy

🍫 Miércoles dulce de 2025

Macu.Kitschmacu

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