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Hay cosas que no le cuento a nadie. No porque sean importantes, sino porque me gustan así: sin palabras, sin explicación. Uno de esos secretos es la segunda alarma del despertador. La dejo sonar doce minutos después de la primera. En ese lapso, no tengo prisa. Soy un cuerpo tibio en la cama, abrazado por la cobija y por una calma que no sé si viene del sueño o del silencio. A veces siento que esos doce minutos son más míos que todo el resto del día.
Llevo el reloj en la mano derecha, aunque soy zurda. Lo hago desde que tenía catorce años. Mis papás me regalaron un reloj precioso, con una correa que olía a cuero nuevo y un borde dorado y discreto. No me acuerdo si fue porque saqué buenas calificaciones o porque era mi cumpleaños, seguro alguien en mi familia se acuerda bien. Lo importante es que lo encontramos hace poco en un cajón de la casa de mi mamá, guardado con cuidado, como si fuera un secreto. Le cambiamos la pila sin muchas esperanzas… y funcionó. Como si nunca hubiera dejado de marcar mi tiempo.
Por las tardes, cuando regreso del trabajo, la primera en saludarme es Gertrude, mi gata. Me saluda con alegría y exigencia. Maúlla con ese tono que tienen las gatas que se saben dueñas de una casa. Me pide —bueno, me ordena— que la acompañe al jardín. Y ahí nos sentamos las dos, como dos señoras apacibles y amorosas. Ella se acomoda en una maceta y me observa. No se duerme. Me mira, atenta, como si supiera que estoy escribiendo algo que, en el fondo, también le pertenece.
Hoy me pregunté cuántos cigarros fumaba Hemingway. De pronto, me pareció que escribir como él debía dar hambre, sed, y ganas de prender un cigarro tras otro. No sé si eran cinco al día o cuarenta, pero seguro más de los que el médico recomendaba. Y aun así escribió. Y aun así amó.
Se fue el sol. Se fueron las nubes. Llegó la señora luna con su cara redonda, tan tranquila, y los moscos, tan necios. Zumban como ideas.
¿Qué habrá pasado con la Nao de China? ¿Quién guarda esas historias que ya nadie cuenta? ¿Dónde están las cosas que existieron y se perdieron sin despedirse?
Catherine Deneuve me parece elegantísima. Como si no necesitara que nadie le diera permiso para ser quien es. Seguro nadie se lo dio. Ella lo creó. Me gustaría tomar un café con ella. No hablar mucho, solo escucharla decir algo. O mejor, todo. Musa de artistas. Musa de ella misma.
Ya es hora de cerrar. Cierro como Bretón, con una frase que es suya, que es mía, que es de quien la lee:
Te deseo que seas locamente amada.
Macu.Kitschmacu
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Yo cuento todo (tal vez ese es mi problema) aprender a callar (mi próxima meta) ! Gran lectura! Sigue! ACAP!
ResponderEliminarContigo se tienen de la mejores conversaciones de la vida <3
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