Con sobre, estampa y cariño
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Siempre me gustaron las cartas.
Tienen algo de secreto y algo de emoción.
Como si una pudiera meter un pedazo de sí misma en un sobre y entregárselo al viento, con la esperanza de que se reciba.
Las cartas son trozos de tiempo detenido.
Un "te pienso" que se queda flotando en el papel.
Un abrazo que viaja en la penumbra de un buzón.
Un "estoy contigo", aunque no se diga así.
Hace unas semanas, mi mamá y yo estábamos hurgando en las fotos viejas —esas que viven en una maleta sin nombre, allá en su casa.
Entre retratos torcidos y papelitos con dedicatorias casi borradas, apareció una carta.
La había escrito la más chiquita de mis primas. Una niña entonces, ahora mujer. Treinta y tantos, ya.
Era una tarea de la escuela. Una carta con letra tambaleante, con dibujos, con palabras que se adivinaban más que se leían. Pero ahí estaba: el intento. La intención de contarle algo a alguien. De hacerle llegar su voz con papel y tinta.
De niña, yo también encontré cartas. Unas de amor, escondidas entre los libros de una tía. Cartas de un novio que no le conocí. Leí una. Tal vez dos. Pero me sentí de más. Ajena. No eran para mí.
Entonces supe que las cartas tienen dueño. Un destinatario. Y un remitente que se juega el corazón en cada línea.
Antes era así. Si era algo importante, se escribía a mano. Se compraban estampillas. Se buscaba la dirección con letra bonita. El remitente se coloca arriba. El destinatario abajo, a la derecha. Jamás al revés, si uno no quería que el mensaje regresara.
Hace poco, en pleno siglo XXI, escribí una carta. A mis sobrinos. Desde el Palacio Postal de la Ciudad de México. Porque sí. Porque me pareció bonito. Porque me pareció justo.
Les conté lo que vi esa mañana: Bellas Artes, el Museo Nacional, el mismo Palacio Postal. Tres palacios. Uno en cada esquina. Pensé en Las mil y una noches, pero sin alfombra voladora.
Les hablé del arte, de la gente, de la comida. Del calor. De todo lo que se me ocurrió mientras caminaba y los pensaba.
Doblé las hojas como me enseñó mi mamá. Con cariño. Pegué las estampillas. Y la eché al buzón.
No ha llegado.
Pero fue una carta bonita.
Y escribirla fue suficiente.
💌 “Una carta no siempre necesita destino para cumplir su propósito.”
Macu. Kitschmacu
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